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Documento de Historia Nº 109. 12 de mayo de 2010Por Rafael Luis Gumucio RivasLos 50 Años de la Democracia Cristiana (2007)(Revista Punto Final Nº 645, del 10 al 23 de agosto de 2007)
La Democracia Cristiana cumplió 50 años. Si asimilamos los partidos políticos a los organismos biológicos, como hacía Oswald Spengler en su libro La decadencia de Occidente, donde cada civilización tenía distintos ciclos -primavera, verano, otoño e invierno-, hoy la Democracia Cristiana estaría en el invierno de la vejez y la decadencia. Desde otro punto de vista, José Ortega y Gasset sostenía la teoría de las generaciones en la historia y que entre los 35 y 45 años una cohorte llegaba al cénit del poder. En este caso, la Democracia Cristiana comienza ya la senectud. Este juego de fechas históricas se puede prolongar al infinito. Por ejemplo, Alejandro Magno murió joven, sin embargo, construyó un gran imperio. En la Edad Media, el promedio de vida no superaba los 40 años, por consiguiente, había que hacer toda la tarea vital a partir de la adolescencia. Hay distintas formas de envejecer: se puede terminar triste, pobre y solo, como es el destino de muchos jubilados a quienes el Estado condena al abandono. La Democracia Cristiana tendrá una tibia vejez gracias al calor del poder. Los antiguos aristócratas empobrecidos y mediócratas provincianos, hoy se han convertido en ex presidentes, ministros, subsecretarios, diputados, senadores, presidentes de empresas estatales y privadas; y, los más desafortunados en jefes de organismos del Estado. La mayoría goza de una portentosa incapacidad y mediocridad pero, eso sí, de un hambre más voraz que la de los lobos esteparios. ¿Qué resta del famoso "socialismo comunitario" que prometía este partido? ¿No es más fácil amoldarse al neoliberalismo que prometer que todo tiene que cambiar? ¿Qué queda de los slogans "!juventud chilena, adelante!" o la "redención del proletariado"? ¿Qué decir de la Patria Joven cuando sus líderes, en su mayoría, asoman a la senectud? Considérese que la Democracia Cristiana no tuvo ningún líder “pingüino” y apenas corrigió unos cuantos votos en las universidades, pues ya pasó el tiempo en que dominaba en las federaciones de estudiantes. Ser joven y demócrata cristiano es hoy una contradicción biológica. No siempre fue así: desde su fundación, la Democracia Cristiana tuvo bastante suerte por lo atractivo de su programa; en el proceso, fue ganando las elecciones municipales, después las parlamentarias y, finalmente, conquistó la presidencia de la República con don Eduardo Frei Montalva. Fue durante muchos decenios el primer partido político chileno. Recuerdo, como si fuera ayer, el momento de la fundación de la Democracia Cristiana, producto de una fusión entre ex ibañistas, conservadores socialcristianos y falangistas; estos últimos eran bastante renuentes, como puristas que eran, a aliarse con ibañistas y conservadores, pues creían que esa cohabitación les iba a hacer perder la mística de la Falange que, por lo demás, fue una profecía autocumplida. Mi padre, Rafael Agustín Gumucio Vives, fue el último presidente de la Falange Nacional y el primero de la Democracia Cristiana. Como era un iconoclasta, quebró con el partido que había fundado, persiguiendo la inalcanzable utopía de la alianza de los cristianos con los marxistas. Por cierto, la política siempre ha sido mezquina y cruel, por consiguiente, su recuerdo fue borrado en los actos de celebración de este 50 aniversario. En 1957, ya la "escoba" de Ibáñez no barría a los políticos y la esperanza se había trocado en inflación con su consecuente acarreo de más pobreza. Eduardo Frei había crecido en popularidad al ser propuesto por el general Carlos Ibáñez como una especie de primer ministro, para salvar del desastre de su gobierno. Sin embargo, el partido Agrariolaborista y los nacionalistas fascistas, dirigidos por Rafael Tarud y Jorge Prat, respectivamente, intrigaron de tal manera que hicieron imposible ese nombramiento. En el año de fundación de la Democracia Cristiana se había llevado a cabo en Chile un congreso mundial de partidos de esa nominación (recuerdo que vinieron ingleses, italianos y franceses, además del gobierno vasco en el exilio y de los latinoamericanos Cornejo Chávez, del Perú, Franco Montuoro, de Brasil, y Rafael Caldera, de Venezuela), lo cual dio pábulo para la adopción del nombre y la adhesión a una Internacional demócrata cristiana. Si lo vemos en perspectiva actual, la mayoría de esos partidos ha desaparecido, sólo queda el alemán. ¿Cuáles son las constantes dentro de la historia de la Democracia Cristiana? Las relaciones con la Iglesia Católica: aun cuando la DC se declare no confesional y tenga en su seno a algunos agnósticos, en general, por su cuerpo ideológico depende tanto de la Iglesia, como del Estado, que son como sus dos ubres. En un primer momento, los falangistas, hoy demócrata cristianos, fueron más avanzados que la Iglesia Católica, sólo algunos curas como el Padre Alberto Hurtado y Manuel Larraín los apoyaban. Los obispos Augusto Salinas y el Cardenal José María Caro los condenaban como “compañeros de ruta” de los comunistas. En una segunda etapa, la Iglesia fue más audaz y progresista que la Democracia Cristiana. En la época del Concilio Vaticano II, Medellín y Puebla. En la tercera etapa, en el período de la dictadura de Augusto Pinochet, la mayoría de los demócratas cristianos fueron mucho más reaccionarios que la jerarquía de la Iglesia. Actualmente, ambas instituciones parecen emparejarse. Son reaccionarias en los llamados "temas valóricos" pero, a raíz del último conflicto en Codelco, sobretodo por la dogmática y patronal actuación de José Pablo Arellano, la Iglesia medió en el conflicto, dando un paso adelante y criticando la insensibilidad social de los nuevos patrones demócratas cristianos. Es imposible que en la Democracia Cristiana no existan fracciones. En el pasado, eran ideológicas, estratégicas y tácticas. Hoy sólo son pataletas oportunistas. En tiempos de la Falange Nacional el debate se centraba en el tema del camino propio o en las alianzas con los radicales. En el período de Frei Montalva era la disyuntiva entre la Unidad Popular o el camino propio, pues no se atrevían a plantear, claramente, la alianza con la derecha. En la actualidad, aunque los colorines quieran representar una crítica al modelo neoliberal, al partido transversal, a los tecnócratas de Expansiva y al propio Ejecutivo, esta aventura no tiene mayor trascendencia, pues los demócrata cristianos saben que en una alianza con la derecha no tiene nada que ganar y sí mucho que perder. Frente a esta situación, les queda solamente vivir de los recuerdos, revisar los álbumes de fotografías de sus patriarcas y colocar a sus seguidores en los mejores cargos del Estado. Mientras el pituto dure no hay riesgo de vejez a la intemperie. |
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