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Documento de Historia Nº 039. 08 de septiembre de 2003Por Tancredo Pinochet Le-Brun (1)Uno de los problemas de la cuestión social en Lota(Periódico "El Siglo" Nº 8425, Tercera Época Nº 825, del 02 al 08 de mayo de 1997, Pág. 27)
Una monarquía absoluta dentro de la República- Un comandante de policía disfrazado me ofrece un té - ¿Es usted un obsequioso cicerone o paco? - Cuatro mil mineros encerrados en una caja con llave - Se hace necesario creer tantos horrores. Cuando llegué a Lota dos caballeros me esperaban en la estación para darme la bienvenida. Me habían dicho que Lota era un feudo conservador que tenía hondos prejuicios en contra de mi labor. Me había dicho más aún. Me habían dicho que cuando iba a dar yo una conferencia en Coronel, los obreros de Lota habían interrumpido su trabajo y un centenar de ellos se había ido a pié a oír el evangelio de la democracia; que esta actitud había disgustado a la Compañía, la que los puso presos y los flageló a garrotazos. ¡Qué estupideces y qué mentiras tan estrafalarias dice la gente! He aquí que el propio comandante de policía de Lota me ha ido a recibir a la estación y me ofrece su amable compañía para ciceronearme por la ciudad. Lo primero, un té. De la estación al comedor del hotel a tomar té. En Lota se demoran para servir una taza de té, una simple taza de té una hora, porque yo no quise aceptar ni fiambres ni aliños ni manjares. Después del té me llevaron a ver la comandancia de policía y me dan el libro de panes policiales para que me entretenga, como si se tratara de poemas de Longfellow o cuentos de Conan Doyle. -Señor comandante, yo quiero ver el Parque y quiero que subamos a Lota Alto para visitar a los mineros, sus habitaciones, la pulpería. -¡Ah! Para eso tenemos que pedir permiso a la administración. ...Pidamos. ...Hay que esperar hasta las cinco. Llegamos a la administración. El administrador se llama Roberto Price. Tiene cara inteligente y aspecto de bondad. ...Puedo dejarlo ver el Parque, me dijo, pero no los galpones, ni la quincena (es decir no los conventillos de los mineros ni la pulpería). -Quisiera hablar con algunos mineros o con sus familias. ...Imposible. La Compañía no lo permite. ...Señor, yo no soy un simple curioso. Yo soy un periodista que estoy cumpliendo una labor social. Yo soy un par de anteojos que usa el público para mirar todo el país. ...Pero esta es una propiedad privada y nosotros tenemos derecho para dar o negar permiso para visitar nuestra casa. Tendría yo que poner un telegrama a Valparaíso para solicitar autorización. ...Ya Mr. Price se hizo chiquito. O es un maniquí que tiene que pedir permiso por telegrama para darle una taza de té a su señora o no tiene la valentía moral para afrontar la responsabilidad personal de sus decisiones. ...¿Usted cree que es muy grave que yo vea como viven los cuatro mil obreros que tiene? ¿Cree usted que en el problema del carbón nacional, no le interesa al país la condición de los miles de apires que se ocupan en su explotación? Si Chile quiere el desarrollo de sus industrias, de sus recursos naturales, no es por favorecer solo a unos cuantos accionistas, sino para dar también abundancia, vida, prosperidad a la legión de obreros que se ocupan en sus faenas. ¿Pueden ustedes ocultar a cuatro mil obreros chilenos en una caja con llave, para que nadie ve cómo viven, cuánto ganan, cómo se educan, cómo se les recompensa cuando son mutilados? Sé que esos obreros desean hablar conmigo. Un presidiario puede hablar con quien le plazca, ¿sus mineros no? El señor Price no entendía. Obedecía una consigna. El señor Price sabía que no soy agitador político ni antisocial, que soy un observador que recojo impresiones para repartir comentarios. El señor Price sabía que en las minas de Curanilahue se me abrieron todas las puertas, que se me llevó a las habitaciones obreras, a la fábrica, al interior de la mina, a la mesa del gerente. ¿Por qué él cerraba las puertas a este hombre que lleva un kodak en sus ojos y un micrófono en sus oídos? Salí con mis compañeros a visitar el Parque que, con sus jardines, sus bosques, sus panoramas sublimes, parece ser una sonrisa de la naturaleza. Por supuesto, es un parque que jamás han visitado los mineros ni siquiera para recrear sus ojos en la celebración de un aniversario de la empresa. -Quiero ir, a pesar de todo, a visitar a los mineros, le dije al comandante. -Imposible, me contestó, yo no lo puedo permitir. -¿Tiene usted orden de sujetarme? -Sí. -¿Es usted mi cicerone o mi paco? -Yo tengo que obedecer a las órdenes de la administración. -Pero si esta es propiedad privada y usted es comandante de policía de Lota Bajo, ¿por qué lo ocupan aquí para detener a un transeúnte inofensivo? -Tengo que obedecer las órdenes de la administración. Allí todos tienen que obedecer las órdenes de la administración: municipalidad, policía, médico de ciudad, preceptor. Todos son nombrados y mandados por la administración. No se puede ver dentro. He hablado con el señor Pedro A. Macuada, que fue doctor en Lota por algún tiempo y me contó horrores que luego hará públicos en un libro que ya va a la imprenta. Cuando mueren cinco a veinte obreros por catástrofes mineras, no se da el dato a la publicidad o se da fantásticamente reducido. Se le obsequian 500 cien pesos a la viuda y se expulsa a la familia. Al lado de la botica, me dice, hay una sala de tortura con todos los instrumentos de la inquisición. Al obrero se le explota inicuamente con el sistema de fichas que sólo tienen curso en la quincena, o pulpería, de la empresa, donde los precios son subidísimos a pesar de que engañan con ciertas reducciones en la harina. Las opiniones son censuradas aun en el pueblo de Lota, donde cada uno le tiembla a la Compañía como a un tirano. Yo no puedo recoger, y no debo recoger todas las informaciones verbales que se me dieron porque son de carácter increíble. Se me confirmó allí soto voce que era cierto que habían flagelado a los mineros que fueron a Coronel, a pié, para oírme. Jóvenes del pueblo de Lota que quisieron hablarme, solicitaron de mí una entrevista secreta a la sombra de la noche. Mi hotel estuvo, mientras yo dormía, rodeado de policía para controlar mis sueños. Bueno, parece increíble. Pero yo pregunto: ¿Puede una Compañía carbonífera que es una sociedad anónima, que emplea cuatro mil chilenos, que vende cientos de miles de toneladas de carbón al fisco, cerrarle sus puertas a un periodista que quiere ver la verdad para decir la verdad? (1) : Artículo del escritor y periodista Tancredo Pinochet Le-Brun, publicado en la primera página de El Despertar de Los Trabajadores, de Iquique, el jueves 30 de septiembre de 1915. |
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