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Documento de Historia Nº 047. 09 de noviembre de 2003Luis Merino ReyesEL RETORNO DE BILBAO(Revista "Punto Final" Año XXX Nº 383 del 06 al 19 de diciembre de 1996, págs. 19)
No siempre los estudiosos reparan en la edad del idealista Francisco Bilbao cuando empezó a ser condenado por los poderosos núcleos conservadores de su tiempo. Al pronunciar un discurso en el sepelio del prócer de la independencia, don José Miguel Infante, encabezaba un grupo de alumnos del Instituto Nacional y sus palabras desataron una tempestad. En seguida, su crónica Sociabilidad Chilena fue atacada duramente por la Revista Católica y mereció una condena del Tribunal de Imprenta por "blasfemo e inmoral". Sólo le salvó que su "blasfemia" no llegaba a los límites de la sedición. Por cierto, no todos eran contrarios a su laicismo, a su positivismo, a su sensibilidad social. Sus amigos radicales Manuel Antonio y Francisco de Paula Matta lo invitaron a su tierra copiapina. Pero prefirió irse a Europa y el gobierno del general Manuel Bulnes le comisionó para que estudiara ciencias sociales a fin de que a su regreso -algo muy chileno- ingresara a la administración pública. ENEMIGO DE MANUEL MONTTEn París, el joven Bilbao fue alumno oyente de Edgard Quinet, militante de la extrema Izquierda de la Asamblea Legislativa, en su curso sobre cristianismo y revolución francesa. Bilbao se convirtió en propagandista fervoroso de Quinet y en su amigo personal. Después de recorrer Prusia e Italia, tierra de las sociedades carbonarias que le servirían de modelo, regresa a Chile. El gobierno de Bulnes cumple su palabra y le extiende un nombramiento en la Oficina de Estadística. Después de Bulnes se sentó en el sillón de O'Higgins don Manuel Montt. Su período dura un decenio, de 1851 a 1861, y Francisco Bilbao, a sus 27 años, se convierte en su encarnizado enemigo. Su idiosincrasia de luchador político le lleva a fundar la Sociedad de la Igualdad, cuyas filas se integran con la juventud progresista y también -y allí reside el mayor peligro- con obreros y artesanos que oyen al joven orador con unción. Como es obvio, la presencia policial no se hace esperar. El gobierno de Montt disuelve la Sociedad de la Igualdad y persigue a sus miembros con Bilbao a la cabeza, quien logra escapar vestido de mujer, gracias a la fragilidad de su figura. Se refugia en Lima, donde el gobierno lo considera peligroso y lo aparta de sus fronteras. Nuestro héroe viaja de nuevo a Europa y al poco tiempo, en abril de 1857, retorna a Buenos Aires. No olvidemos que su madre era de ascendencia argentina. En la tierra de Sarmiento funda "La revista del Nuevo Mundo" y labora en la redacción del diario "El Orden", funda en 1858 la Sociedad Racionalista y el Club literario. Siete años después muere de una afección pulmonar en la madurez de una infatigable juventud. Fue casado con Pilar Guidu y Spano, dama argentina. La memoria de Francisco Bilbao subsiste jalonada por los adversarios virulentos -casi todos de las clases dominantes- y los defensores respetuosos. Entre los primeros sobresale el crítico Pedro Nolasco Cruz, que en su obra "Bilbao y Lastarria" (Santiago, 1944) llega hasta el denuesto para descalificar al luchador, y Zorobabel Rodríguez, autor de "Bilbao y su tiempo", (Santiago, 1913). Entre los segundos, es justo citar en primer término al poeta Eduardo de la Barra, preclaro luchador de nuestro laicismo, damnificado hasta su muerte por la integridad de su conducta. Fue autor de "Francisco Bilbao ante la sacristía" (Santiago, 1872). PARA LEER A BILBAORaúl Silva Castro, cuyos estudios nos han servido en esta breve semblanza, estampa este juicio crítico en el "Diccionario de la literatura latinoamericana" (Washington, 1958): "Los escritos de Bilbao son, en general, nebulosas y abundan en definiciones y paralelismos de imágenes que sí abrevian la lectura se prestan, asimismo, a interpretaciones diversas. Los partidos de extrema Izquierda señalan constantemente su nombre como digno de la veneración de las nuevas generaciones pero no han podido cimentar un programa de acción política en las proposiciones del autor. La Sociabilidad Chilena, el más famoso de sus trabajos por la causa judicial de que fue objeto, no conserva lectores en nuestros días". El juicio es tranquilo, pero desdeñoso. Olvida que el lector del futuro es impredecible y está limpio de prejuicios; a veces basta una mano respetuosa que recorre un anaquel polvoriento. Recomendamos a esos estudiosos el trabajo "Para leer a Bilbao, el obscuro", de Alfonso Calderón, en APSI N' 110 (20.VII.1982). Entre los comentarios sobre Francisco Bilbao, que no se agotan fácilmente, se nos ofrece el de un periodista eminente, Manuel Blanco Cuartín (1822-1890): "Francisco Bilbao -nos dice- en uno de sus Artículos escogidos vio la luz de la vida veinte días después que yo por desgracia la viera. Hijo de una familia unida a la mía por los vínculos de una tradicional y jamás interrumpida amistad, nuestra niñez fue una, así por cariño recíproco de nuestros padres como por la mancomunidad de alegrías que nos proporcionaba la estrecha amistad en que vivíamos". Y esta observación todavía más íntima: "En cuanto a sus costumbres, no podían ser más puras: ningún descarrío había empañado la virginidad de su alma y de su cuerpo. Si se le hablaba de amores, enrojecía; si se le invitaba a una noche de placer, se irritaba hasta lanzar palabras que en otros labios menos honrados habrían parecido una grotesca hipocresía". Y en seguida esta desgarrada reflexión: "Él y no otro era el joven a quien en breve, el 20 de julio de 1844, un jurado hablado condenar por blasfemo e inmoral en tercer grado. ¡Misterio insondable del destino!". Otro misterio, agregaríamos nosotros, es que el nombre de Francisco Bilbao prevalezca hoy en algunas calles con reservas y limitaciones. La que llevaba su nombre en Santiago-Centro, ahora se denomina Abdón Cifuentes, líder conservador de fines de siglo. Por suerte, se anuncia que ha sido ubicada su tumba en Buenos Aires y que sus huesos serán traídos a Chile, 131 años después de su muerte, gracias a una gestión del ex-canciller Enrique Silva Cimma y en la actualidad, del señor Alfredo Lastra. JUICIO DE LASTARRIAEntre todos los juicios acerca de la breve y ardorosa existencia de Francisco Bilbao -unos limítrofes con la injuria fanática otros con la exaltación incondicional- sobresale este perfil anotado por su maestro, José Victorino Lastarria, inserto en sus "Recuerdos Literarios" (Santiago, 1885) que dice: "Era colaborador del Crepúsculo, pero no había escrito... escudándose en los asiduos y tenaces estudios que hacía para fijar sus ideas, que se encontraban en perfecta anarquía, desde que había dejado de creer en el catolicismo, según él mismo aseguraba. Era un espíritu ardiente y poético, pero su poesía brillaba como una manifestación del acendrado misticismo que formaba el fondo de su sentimiento: no podía dejar de ser creyente y faltándole su antigua fe en el catolicismo romano, se asilaba en el evangelio para condenar aquella creencia y buscaba la satisfacción de su misticismo en la metafísica mesiánica de Lamennais y otros socialistas teológicos". Puede ser... El abogado y escritor Julio Sepúlveda Rondanelli escribe en la revista Occidente (N' 229, agosto de 1971), en un buen estudio esquemático acerca de Francisco Bilbao: "Sintiéndose mal a causa de la neumonía que contrajo para salvar del río de la Plata a una mujer que se ahogaba, pensó en venir a morir a Chile, pero ya era demasiado tarde. Murió orando". Sabemos que algo semejante le ocurrió al pecador Rubén Dario cuando retornó a morir a su Nicaragua natal y escribió esta agónica cuarteta: "Desde que soy, desde que existo,/ mi pobre alma armonías vierte./ Cual la de mi Señor Jesucristo,/ mi alma está triste hasta la muerte". Así va el mundo, la razón humana es una forma muy evolucionada y frágil; los emisarios del cielo conocen bien el miedo original de sus semejantes. Además, intentan llevar a todas las almas a su cercado. Bilbao no aceptó auxilio religioso; murió dialogando a solas con Dios mismo. |
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