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Documento de Historia Nº 072. 24 de septiembre de 2003por Roberto Ortíz2 y 3 de abril de 1957
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El presidente de la CUT, Clotario Blest, acompañado de otros dirigentes como Luis Figueroa (que más adelante lo reemplazaría en ese cargo), se entrevistan con el presidente Carlos Ibáñez en la Moneda. |
Mientras todavía quedaba algo del verano, en la mañana del 2 de abril de 1957 en las calles de Santiago se acumulaba una tormenta. Desde hacía más de una semana se realizaban manifestaciones contra el alza de la locomoción y el aumento de los precios de los alimentos y el vestuario. La noche anterior, en pleno centro, Carabineros había disparado contra un grupo de estudiantes, hiriendo de muerte a la joven Alicia Ramírez, militante de las Juventudes Comunistas, alumna de la Escuela de Enfermería de la Universidad de Chile. El local de la Fech, situado en la Alameda frente a la Biblioteca Nacional, bullía de estudiantes. Había paro universitario y las manifestaciones de protesta comenzaban. Poco a poco se incrementaron con estudiantes secundarios y trabajadores. Carabineros intervenía disolviendo a los grupos que se volvían a articular más allá. Las protestas se hicieron violentas después del mediodía.
La represión policial comenzó a ser respondida con piedras. Carabineros arreció los golpes y luego abrió fuego con sus armas. Cerca de las tres de la tarde, el centro de Santiago era tierra de nadie. Estudiantes y militantes de Izquierda trataban de ordenar las manifestaciones. Carabineros de refuerzo llegaban desde las comisarías suburbanas armados con fusiles. Los apedreamientos continuaban. Con las vitrinas rotas comenzaron los saqueos. Toda conducción de las manifestaciones había sido sobrepasada y surgían líderes espontáneos. Las fuerzas policiales comenzaron a retirarse. Un grupo de carabineros quedó aislado en la Alameda.
Varios uniformados heridos fueron rescatados en medio de una balacera. El centro fue quedando sin policías, mientras desde los barrios periféricos llegaban grupos de pobladores. Algunas tiendas y armerías fueron saqueadas -la Joyería Praga y unos locales de Almacenes París-. Grupos que destruían faroles y golpeaban los postes metálicos con piedras, produciendo un ruido ensordecedor, marcharon por Ahumada y atacaron el edificio de El Mercurio, los tribunales y el Congreso Nacional. Un grupo pequeño marchó sobre La Moneda. Un testigo que ahora tiene 74 años recuerda: "Yo trabajaba en una ferretería en la Alameda. Las manifestaciones contra las alzas y protestando por la muerte de una niña (Alicia Ramírez) comenzaron en la mañana. Como a las doce los patrones nos enviaron a la casa. Salí a la calle, sentí disparos y con un grupo corrí hasta la calle Nueva York. Allí nos refugiamos en unas oficinas de corredores de propiedades. Las balas rebotaban en la pared. Cuando terminó el baleo salimos. La gente empezaba a volcar micros. Caminé por Puente hacia el Mercado Central donde había un gentío que trataba de romper las rejas.
Me fui a pie hasta la calle Baquedano donde vivía. Al otro día no fui a trabajar, creo que el centro estaba cerrado. En la noche se oyeron muchos disparos". En las calles se veían fogatas, restos de garitas del tránsito, de ampolletas y muchos vidrios quebrados. Al final de la tarde aparecieron algunos tanques: el ejército tomaba el control de la ciudad. La policía había sido desbordada. Un silencio extraño acompañó después la llegada de la noche. En los diarios de Izquierda -El Siglo, Ultima Hora y Mundo Libre- había una actividad frenética. Noticias y rumores llegaban de todas partes. Lo claro es que había una masacre y no se podía anticipar lo que ocurriría. Lo más probable era que el gobierno clausurara los diarios populares para impedir la difusión de la verdad. De turno en El Siglo, el periodista Elmo Catalán Avilés recordaría más tarde: "La ciudad estaba a oscuras, sólo el rítmico teclear de las linotipias rasgaba la trágica monotonía. Un camión del ejército, repleto de militares armados con fusiles ametralladoras, cascos de acero y pantalón dentro de la bota se había detenido sigiloso en la calle Santa Victoria a 50 metros de la imprenta". Se preparaba el asalto a Horizonte para impedir la circulación de los diarios y revistas de Izquierda (ver recuadro). Esa noche, el jefe de plaza, general Horacio Gamboa Núñez, se dirigió por cadena nacional al país. El gobierno, dijo, había ganado "la batalla de Santiago". Era un verdadero parte de guerra: el enemigo había sufrido 17 muertos y 500 heridos. El orden se mantendría "a cualquier costo". Al día siguiente la cifra de muertos subió a 21.
El Siglo informó que las víctimas eran a lo menos 76 y habían sido sepultadas en terrenos que muchos años antes fueron ocupados con víctimas de una epidemia de cólera. Los días siguientes al 2 de abril las calles vecinas al Cementerio General estuvieron patrulladas por soldados y policías.
Los destrozos y otros daños materiales fueron estimados en cerca de mil millones de pesos.
En Valparaíso, Concepción y otras ciudades también hubo manifestaciones. Sin embargo, tuvieron otro carácter y no escaparon al control de los organizadores. En el puerto murió un trabajador. El 2 de abril hubo paralización completa en Valparaíso y Viña del Mar y grandes manifestaciones, así también en Concepción.
Aunque sorprendieron los sucesos del 2 y 3 de abril del 57, eran esperables. Se produjeron en el quinto año del gobierno del presidente Carlos Ibáñez del Campo que había alcanzado la presidencia con una abrumadora mayoría que confiaba en el antiguo caudillo militar al que llamaban "el general de la esperanza". Pero su gobierno resultó un fiasco. Pronto agotó los recursos del populismo y se orientó hacia la derecha. Probó distintas fórmulas incluyendo la conspiración con grupos militares (la llamada "Línea Recta"). En marzo de 1957 Ibáñez había sufrido una derrota en las elecciones parlamentarias y tuvo que resignarse a negociar con la derecha. La situación económica se deterioraba cada día. La inflación bordeaba el 80% anual. Para enfrentar la crisis económica, con apoyo de la derecha, Ibáñez recurrió a asesores norteamericanos -la Misión Klein Saks-, que impuso la limitación de salarios y una política de shock con disminución del gasto público y privatización de empresas estatales.
Contra esa política se alzaba un fuerte movimiento sindical. La Central Unica de Trabajadores (CUT) se había creado en 1953 y protagonizado tres paros nacionales, de los que el de 1955 no tenía precedentes. La importancia nacional de Clotario Blest Riffo como presidente de la CUT era enorme. Después del paro de 1955 fue invitado a La Moneda y, según se dijo, Ibáñez había ofrecido entregarle el gobierno a la CUT. Lo mismo había hecho secretamente un oficial de la Fach que encabezaba una conspiración. Y no se trataba sólo del movimiento obrero y de amplios sectores de empleados. También los partidos de Izquierda se encontraban en plena reconstrucción después de haber sido perseguidos durante el sexenio de Gabriel González Videla, autor de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, anticomunista y antiobrera. A la defensiva, Ibáñez recurrió a la represión. Reabrió el campo de concentración de Pisagua y se apoyó en la derecha y los militares. A pesar de esas maniobras, nuevamente a fines de 1956 y comienzos de 1957 la lucha contra las alzas había detonado nuevas y crecientes movilizaciones.
El primer paro nacional convocado por la CUT el 17 de mayo de 1954 fue sólo parcial. Pero los siguientes alcanzarían enorme convocatoria. En la foto: Incidentes frente al local de la CUT en Alameda al lado de la iglesia San Francisco. |
Hubo que rastrear la historia para encontrar precedentes del 2 y 3 de abril del 57. El episodio más significativo se había producido 52 años antes, cuando el gobierno de Germán Riesco elevó el impuesto a la carne argentina. Las sociedades mutualistas organizaron enormes manifestaciones contra el gravamen que hacía subir la carne. A comienzos de octubre de 1905 se produjo un verdadero levantamiento -llamado "el motín de la carne"- favorecido por la circunstancia de que las tropas del ejército estaban en maniobras fuera de Santiago. En diferentes barrios hubo protestas masivas y violentas. En la Alameda cientos de personas destruyeron estatuas y jardines e intentaron llegar a La Moneda. El gobierno debió llamar a las tropas que impusieron el orden a balazos. También se repartieron armas a los bomberos y mil rifles a jóvenes de la aristocracia que organizaron una "guardia blanca".
Pacificada la ciudad, se hicieron las cuentas trágicas. Según el diario El Ferrocarril, hubo 70 muertos, 300 heridos y 530 detenidos. Pero las cifras pueden haber sido considerablemente mayores, puesto que se impuso censura de prensa.
En abril del 57, aplastadas las protestas y los estallidos sociales que se dieron no sólo en el centro de Santiago sino también en barrios y poblaciones, el gobierno de Carlos Ibáñez aprovechó los "sucesos del 2 de abril" para justificar la represión mientras ganaba tiempo. Se aplicó el estado de sitio. Luego el Congreso, con mayoría derechista, otorgó al gobierno facultades extraordinarias que le permitían apresar a ciudadanos acusados de alterar el orden y reprimir cualquier actividad opositora de Izquierda. Aprovechó también para intentar descabezar la CUT. Aun cuando -como lo reconoció el propio Clotario Blest- "la CUT no dirigió directamente ninguno de estos sucesos", el gobierno de Ibáñez aplicó la Ley de Defensa de la Democracia a Blest y a los dirigentes Baudilio Casanova, socialista, y Juan Vargas Puebla, comunista, condenando a cada uno a tres años de relegación que en definitiva no cumplieron porque el gobierno les levantó la condena.
Pero el panorama político cambiaba con rapidez. Pocos días después del 2 y 3 de abril, Ibáñez cambió al ministro del Interior. Se deshizo del coronel Benjamín Videla, que tenía ambiciones no disimuladas de convertirse en "presidenciable", y puso en su lugar a un civil -Jorge Aravena- que "devolvió" al Congreso las facultades extraordinarias y derogó el alza de la locomoción.
Comenzó a insinuarse un nuevo giro hacia posiciones populistas. Ibáñez no quería terminar su gobierno aliado con la derecha y veía con preocupación la posibilidad de una victoria de Jorge Alessandri Rodríguez.
En menos de un año, se produjeron profundas modificaciones. Los partidos de Izquierda, comunistas y socialistas, anudaron un entendimiento unitario en el Frente de Acción Popular (Frap) y se perfilaron como fuerza política de creciente importancia, mientras la CUT se consolidaba y abría paso a condiciones orgánicas superiores. En el campo económico, la política de los Klein-Saks tuvo que ser abandonada y el gobierno favoreció la materialización de medidas democratizadoras, como la cédula única electoral que permitió terminar con el cohecho y, sobre todo, la derogación de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia.
La campaña presidencial del 58 constituyó un fenómeno social inesperado. Salvador Allende, que en la campaña de 1952 había hecho apenas un saludo a la bandera de los principios de Izquierda, estuvo a punto esta vez de conquistar la presidencia de la República. Solamente una intensa campaña del terror y la votación del ex cura de Catapilco, Antonio Zamorano, candidato populista manipulado por la derecha para quitar votos a la Izquierda lo relegaron al segundo lugar separado por algo más de treinta mil votos de Alessandri.
No pocos historiadores sencillamente ignoran el 2 y 3 de abril del 57 o no le asignan mayor importancia. Otros, en cambio, hablan de una situación semi insurreccional que excedió la capacidad del conducción de los partidos de Izquierda y también de las organizaciones sindicales y gremiales. Con todo, el 2 de abril fue una alerta. Un mensaje tal vez no bien comprendido entonces. Nuevos protagonistas pugnaban por aparecer en la escena social. Los sectores dominantes preferían reprimir la violencia que se ocultaba en la sociedad antes que atender a las verdaderas causas de los estallidos populares. Apareció un sujeto hasta entonces semiborrado de la sociedad: los sectores marginales, ausentes o negados de la consideración colectiva. Gabriel Salazar, describiendo el desarrollo de los sucesos del 2 de abril, ha escrito: "Paralelamente, la composición social de la masa callejera comenzó a cambiar. Numerosos grupos de pobladores empezaron a descolgarse de sus barriadas marginales y en 'pobladas' aparecieron por primera vez en medio siglo en el centro cívico, comercial y cultural de la capital de la República". En los años venideros esos sectores adquirirían un rostro cada vez más definido y un neto protagonismo.
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