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Documento de Historia Nº 105. 20 de junio de 2008Hernán SotoCentenario del presidente mártir.
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26 de junio de 1908 - 11 de Septiembre de 1973 |
No debe haber extrañado a Salvador Allende que a fines de agosto de 1973, el Colegio Médico pidiera públicamente su renuncia a la Presidencia de Chile para salvar la paz y asegurar la tranquilidad de la población. El Colegio Médico mantenía una movilización asociada al paro patronal que era parte de la conjura para derribar al gobierno. Tres años antes, el Colegio Médico había distinguido a Allende con una condecoración por ser el primero de sus afiliados que llegaba a la Presidencia de la República y por su dedicación, durante decenios, a la medicina social. Ahora lo abandonaba, y Allende sabía las razones.
Las cosas habían llegado al extremo: los conspiradores usaban todas sus armas. La colusión de la derecha y la DC, apoyada en la infiltración de la CIA, polarizaba al país y provocaba una ruptura vertical y transversal en la sociedad. El presidente sabía, también, que miles de médicos desafiaban a la directiva de su colegio profesional junto a estudiantes de medicina y trabajadores de la salud para rechazar el paro y seguir atendiendo en hospitales y consultorios externos.
Salvador Allende fue médico por vocación, estimulada por la trayectoria de un abuelo a quién no conoció. El deseo de aliviar el sufrimiento ajeno, en lucha contra la enfermedad y la muerte, se unió a su compromiso social, convencido de que solamente un cambio revolucionario podía solucionar las causas de fondo del atraso, la desnutrición y la miseria. Había escrito: “No es posible dar salud y conocimientos a un pueblo que se alimenta mal, que viste andrajos y que trabaja en un plano de inmisericorde explotación”. Para él, la miseria era una dolencia social que debía ser erradicada.
Siendo adolescente comenzó a estudiar medicina en la Universidad de Chile y se tituló a los 23 años. Fue buen alumno, ayudante de anatomía y más tarde de anatomía patológica. Militó en el grupo Avance, una organización de Izquierda que confluyó con otras en la formación del Partido Socialista, en 1933. Fue dirigente de los estudiantes de medicina y también de la Federación de Estudiantes (Fech).
Salvador Allende tuvo antepasados notables. Desde los tres hermanos Allende Garcés -que lucharon en la guerra de independencia de Chile y después en Perú junto a O’Higgins y Bolívar-, hasta su abuelo paterno, el Dr. Ramón Allende Padín, que tuvo una vida breve y ejemplar. Renombrado médico desde muy joven, participó en la guerra del 79 como organizador del servicio de ambulancias del ejército. Fue diputado y también senador. Sin embargo, su vocación principal fue servir a los pobres como médico y filántropo. Fundó en Valparaíso la primera escuela laica del país y fue gran maestro de la Masonería. Escribió folletos sobre la tuberculosis y las enfermedades venéreas, los males que afectaban especialmente a los sectores populares. Luchó ardientemente por las ideas liberales en defensa del laicismo y las libertades públicas. Sus enemigos lo apodaron “El rojo”. Les respondió en el Congreso: “Rojo me dirán, pero estaré siempre de pie en toda cuestión que envuelva adelanto y mejoramiento del pueblo”. Murió pobre en 1884, y la masonería tuvo que ayudar a su viuda e hijos, uno de los cuales, Salvador Allende Castro, fue el padre del líder popular.
Ese ejemplo de honradez y compromiso marcó la vida de Allende. Poco después de haberse titulado fue relegado a Caldera por su acción política. Duró poco en el puerto nortino. El gobierno se dio cuenta que Allende era un ejemplo contraproducente. Atendía a los pescadores y a la gente sencilla, a la que al mismo tiempo organizaba, ganando prestigio y reconocimiento. Era mejor dejarlo en libertad para que volviera a Valparaíso. Allí prosiguió su actividad política y fue uno de los fundadores del Partido Socialista en el puerto.
Le costó mucho encontrar trabajo estable, porque sus antecedentes políticos lo condenaban. Fue ayudante de anatomía patológica en el Hospital Van Buren, médico sanitario y médico legista. Decía, muchos años después, que había realizado más de 1.550 autopsias. Continuó sin embargo con el ejercicio libre de la medicina, casi sin pago, dedicado a los pobres.
En 1937 fue elegido diputado. En octubre de 1938 triunfó el Frente Popular llevando a Pedro Aguirre Cerda a la Presidencia de la República. Se abrió una nueva etapa para el pueblo. Poco después, el terremoto de Chillán -que causó miles de muertos y enormes estragos- puso a prueba la atención de salud y los recursos del país. En 1939 Allende fue designado ministro de Salubridad, Previsión y Asistencia Social y realizó una labor notable.
En 1939 publicó el libro La realidad médico-social chilena, galardonado con el premio Van Buren. Fue, a la vez, una denuncia y un programa de acción, basado en las estadísticas disponibles y estudios específicos. Luego de tres siglos de dominación oligárquica, la realidad médica y social en Chile era una de las peores del mundo. La expectativa de vida promedio estaba alrededor de los 25 años. “De cada veinte niños, uno nace muerto. De cada diez que nacen vivos, uno muere durante el primer mes, la cuarta parte durante el primer año y casi la mitad durante los primeros cinco años”. Agregaba, resumiendo, “tenemos casi la más alta mortalidad infantil y adulta del mundo, comparable sólo con la de los países más atrasados del mundo. El censo de morbilidad es pavoroso, sin que haya sido posible disminuir en términos apreciables los estragos de la tuberculosis, de la sífilis y de las enfermedades infecto-contagiosas. El aumento vegetativo de la población está por debajo de lo normal, lo que hace que en sesenta años, Chile haya apenas aumentado su población de 2.075.871 habitantes a 4.200.000 en 1936”.
La originalidad del libro de Allende estaba, principalmente, en la articulación de la información para darle un desarrollo coherente que dejara de manifiesto las verdaderas causas socioeconómicas de la situación.
Allende proponía soluciones. Mejoramiento de la alimentación, para afrontar el impresionante déficit en alimentos protectores como leche, carne y huevos; viviendas dignas que reemplazaran los conventillos y covachas en que se hacinaban los pobres; legislación del trabajo que mitigara la explotación; lucha contra el alcoholismo; atención de salud prioritaria hacia el binomio madre-niño; combate a la tuberculosis y a las enfermedades venéreas.
Un programa avanzado. Algunas de esas medidas sólo se materializarían en plenitud en su gobierno, más de treinta años después.
Consciente de la realidad de la pobreza, el presidente Pedro Aguirre Cerda encargó a Allende que organizara una exposición sobre la vivienda. Allende preparó una impresionante muestra con fotografías y gráficos que instaló frente al Club de la Unión. Las protestas de la oligarquía no se hicieron esperar. Allende no se inmutó y tampoco se limitó a la denuncia: en el sitio de la exposición, en menos de una semana, un grupo de trabajadores levantó una vivienda de 60 m2, con materiales prefabricados. Se demostraba que en poco tiempo era posible erradicar conventillos y pocilgas.
En la década de 1940, con avances y retrocesos, la realidad en salud pública tuvo un cambio considerable. Las políticas de saneamiento, la vacunación y los programas de prevención mostraron resultados. En 1952 la expectativa de vida promedio superaba los 51 años. La tuberculosis estaba contenida y en vías de desaparición. Con todo, en 1960, cerca del 50% de las casas no tenía más de dos habitaciones y cerca del 60% carecía de agua potable. La desnutrición no había disminuido sustancialmente en relación a 1940.
Allende no abandona su preocupación por la salud pública. Se había convertido en especialista en medicina social y mantenía estrecho contacto con sus colegas y estaba al día en materia de avances en salud pública.
Desde el Senado, Allende prestó una valiosa colaboración al impulsar la ley que creó el Colegio Médico, que le dio mayor estatus a la profesión como interlocutor del gobierno y el Congreso. Fue uno de los primeros presidentes del Colegio recién creado y colaborador de revistas y publicaciones en temas de medicina social. Su objetivo fundamental enfilaba hacia la creación de un Sistema Nacional de Salud, pero previamente debió concentrarse en temas conexos que deberían posibilitarlo.
El Estatuto del Médico Funcionario estableció jornadas y un sistema de remuneraciones para profesionales del sistema público. La reforma de la Ley de Accidentes del Trabajo modernizó el sistema de atención de accidentados y víctimas de enfermedades profesionales. Finalmente, se creó el Servicio Nacional de Salud, que empezó a funcionar en 1953, con la unificación de diversas instituciones y servicios: la Dirección General de Sanidad, la Beneficencia y Asistencia Social, el Departamento Médico del Seguro Social y la Dirección de Protección de la Infancia y Adolescencia. Su cobertura alcanzó a todos los trabajadores afiliados al Servicio de Seguro Social y a los sectores más desprotegidos de la población. Permitió un avance sustancial en materias de prevención y atención de enfermedades.
El SNS -aunque no era todavía un servicio único de salud- a comienzos de 1971 tenía una cobertura de siete millones de beneficiarios. Tuvo también a su cargo la prevención de enfermedades y el control sanitario de alimentos, agua, disposición de excretas y desechos. Pronto se convirtió en una institución de prestigio internacional. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo consideró un ejemplo en América Latina. La labor de Salvador Allende en estas y otras materias fue fundamental. Así lo reconocieron en su momento el Colegio Médico y las organizaciones de trabajadores.
En medio de dificultades, el gobierno del presidente Allende logró grandes avances. Dos destacan, especialmente: se avanzó hacia el Sistema Unico de Salud, incorporando a grandes sectores de empleados. A fines de 1972 el SNS ya atendía a ocho millones de beneficiarios, un 15% más que el año anterior. Por otra parte, se desarrolló el programa del medio litro de leche diario para niños y madres. Se destinaron a ese fin cincuenta mil toneladas de leche en polvo al año.
La atención hospitalaria y de policlínicos aumentó considerablemente. Fue -según se ha dicho- un crecimiento explosivo. Entre los años 1971 y 1972 se incrementó más o menos en un 21,5%, y más de 65% en los servicios de urgencia. Los logros no se hicieron esperar. En tres años, la mortalidad infantil bajó de 79 por mil a 63 por mil, y la incidencia de la desnutrición infantil descendió -en igual período- en 17%.
La salud mejoraba a medida que mejoraba la situación económica del pueblo. El consumo de alimentos creció notoriamente: la ingesta de carne de vacuno subió un 16% y un 18% la de carne de cerdo. Se crearon consejos locales de salud, que incorporaron a la comunidad y sus organizaciones en las decisiones colectivas. Estuvieron integrados por las organizaciones locales de salud, representantes del Colegio Médico, de los profesionales no médicos y de los trabajadores de la salud. La atención primaria recibió especial atención con la creación de consultorios periféricos y la aplicación de atención ambulatoria. Sin embargo, hubo oposición de sectores importantes de médicos. La situación política pesaba en la actitud de los profesionales y trabajadores de la salud. Comenzaba a abrirse paso la idea de la privatización y los consejos locales eran vistos con recelo. También hubo terminante oposición del Colegio Médico a la participación de médicos extranjeros en el SNS.
Han pasado treinta años desde el golpe militar y la medicina en Chile ha cambiado profundamente. Para muchos se ha convertido en un lucrativo negocio. Las clínicas privadas, Isapres, cadenas de farmacias, obtienen utilidades enormes. Las transnacionales farmacéuticas controlan la mayor parte del mercado y cobran altos royalties. El sistema público de atención está dividido entre atención hospitalaria y atención externa en policlínicos y consultorios, que dependen de los municipios. Sigue siendo dominante la atención del sistema público -en cuanto a cobertura- que aumenta a medida que crece el traspaso a Fonasa de afiliados de las Isapres. El sistema público tiene, sin embargo, grandes carencias por falta de financiamiento e infraestructura. Hay, además, déficits de profesionales en áreas críticas, ya que prefieren las ganancias que obtienen en el sistema privado.
Salvador Allende y los médicos fundadores de la medicina social y del Servicio Nacional de Salud aspiraron a un sistema que asegurara a todos atención de calidad, en condiciones económicas accesibles y con la debida oportunidad. Sin perjuicio de la atención privada para los sectores más acomodados, el sistema público debía guiarse por principios de igualdad y ausencia de lucro. Sólo el sistema público, por otra parte, podía asegurar los énfasis en prevención, indispensables para conseguir logros significativos en salud, y acceso igualitario a los medicamentos. Esa idea central ha desaparecido. El modelo no la considera
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