Somos los dioses secretos. Borrachos de agua de maíz quemado y ojos
polvorientos, somos sin embargo los dioses secretos. Nadie puede
tocarnos dos veces con la misma mano. Nadie podría descubrir nuestra
huella en dos renacimientos o en dos muertes próximas. Nadie podría
decir cual es el humo de copal que ha sido nuestro. Por eso somos los
dioses secretos. El tiempo tiene pelos de azafrán, cara de anís, ritmo
de semilla colmada. Y solo para reírnos lo habitamos. Por eso somos los
dioses secretos. Todopoderosos en la morada de los todopoderosos, dueños
de la travesura mortal y de un pedazo de la noche. ¿Quién nos midió que no
enmudeciera para siempre? ¿Quién pronuncio en pregunta por nosotros sin
extraviar la luz de la pupila? Nosotros señalamos el lugar de las tumbas,
proponemos el crimen, mantenemos el horizonte en su lugar, desechando
sus ímpetus mensuales. Somos los dioses secretos, los de la holganza furiosa.
Y solo los círculos de cal nos detienen. Y la burla.