CANTO 1
Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que me atribuyo, también quiero que os lo atribuyáis,
pues cada átomo que me pertenece también os pertenece a vosotros.
Vago e invito a vagar a mi alma.
Vago y me tumbo a placer sobre la tierra,
para contemplar una brizna de hierba estival.
Mi lengua, cada molécula de mi sangre emanan de este suelo, de este aire.
He nacido aquí, de padres cuyos padres nacieron aquí y cuyos padres también nacieron.
A los treinta y siete años de edad, en perfecta salud,
comienzo a cantar, deseando hacerlo hasta la muerte.
Que se callen los credos y las escuelas,
que retrocedan un momento, conscientes de lo que son y sin olvidarlo nunca.
Me brindo al bien y al mal, dejo hablar a todos,
a la desenfrenada Naturaleza con su energía original.
CANTO 41
Yo soy aquel que trae ayuda a los enfermos que jadean tendidos de espaldas,
y que trae a los hombres sanos y vigorosos una ayuda aún más necesaria
He escuchado lo que se decía sobre el universo,
lo que sobre él se ha dicho desde hace miles de años;
no está del todo mal -pero, ¿eso basta?
Vengo a acrecentar y a afirmar,
y, en la subasta, pujo desde ahora más que los viejos regatones cautelosos,
he tomado las dimensiones exactas de Jehová,
he hecho litografías de Cronos, de su hijo Zeus y de su nieto Hércules,
compro dibujos de Osiris, Isis, Baal, Brahma, Buda,
guardo en mi carpeta a Manitú, a Alá, al crucifijo,
junto con Odín y Mexitli, de espantoso rostro, y con todos los ídolos y todas las imágenes,
los acepto en su justo valor,
reconozco que vivieron y ejecutaron su obra
(llevaron el alimento a los pájaros que todavía no emplumaban y que ahora tienen que levantarse, volar y cantar por sí solos),
acepto sus sencillos bosquejos deíficos para completarlos en mi ser, y los reparto entre todos los hombres y mujeres,
descubro eso mismo, o más, en el constructor que edifica una casa,
exijo más para aquel que, con los puños de la camisa arremangados, trabaja con mazo y cincel,
no niego las revelaciones especiales, considero que una voluta de humo o el vello del dorso de
la mano son tan asombrosos como cualquier revelación,
los mozalbetes que, encaramados sobre los carros de incendio, empuñan las escalas de cuerda,
no valen para mí menos que los dioses de las guerras antiguas,
escucho sus voces que resuenan en medio del estrépito de la destrucción,
sus brazos vigorosos pasan sin sufrir dañosobre las vigas en llamas, sus blancas frentes salen intactas de la conflagración;
estoy junto a la mujer del artesano, que amamanta a su hijo e intercede por todos,
tres guadañas silban en fila en la cosecha, manejadas por tres ángeles robustos a quienes les cuelga la camisa fuera del pantalón;
el hostelero pelirrojo, de dientes desiguales, que expía sus pecados pasados y futuros,
que vende todo lo que posee, que viaja a pie a fin de pagar a los abogados de su hermano, acusado de estafa,
y que con él se sienta en el banquillo; lo que fue sembrado en abundancia en mi huerto no bastó a colmarlo,
el escarabajo y el buey nunca fueron adorados lo bastante,
la suciedad y el fiemo son más admirables de lo que se ha creído,
lo sobrenatural no tiene importancia, yo mismo espero el día en que seré uno de los dioses,
está cercano el día en que seré excelso y prodigioso;
¡ya soy un creador!
En este instante penetro en el útero emboscado de las sombras.
Walt Whitman
("Canto a mi Mismo" en "Hojas de Hierba")