¡Redoblad, redoblad, tambores! ¡Sonad, clarines, sonad!
Por las ventanas, por las puertas -precipitaos con fuerza irresistible
dentro de la solemne iglesia y dispersad a los fieles,
dentro de la escuela donde estudia el escolar;
no dejéis tranquilo al recién casado -no ha de tener ahora gozo con su mujer,
ni deis paz al pacífico labrador que ara su campo o recolecta sus granos,
tan furiosamente roncáis y golpeáis, tambores -tan agudamente sonáis, clarines.
¡Redoblad, redoblad, tambores! -¡Sonad, clarines, sonad!
Sobre el tráfago de las ciudades -sobre el estruendo de las ruedas en las calles.
¿Han hecho en las casas las camas para los durmientes? Ningún durmiente
debe dormir en esas camas,
no habrá de día negocios ni negociantes -ni corredores ni especuladores
-¿Querían éstos continuar?
¿Querían los habladores hablar? ¿Y el cantor quería cantar?
¿Quería el abogado ponerse de pie en el tribunal y declarar ante el juez?
Entonces, redoblad con más prisa y más fuerza, tambores -sonad con más energía, clarines.
¡Redoblad, redoblad, tambores! -¡Sonad, clarines, sonad!
no parlamentéis -no os paréis a reconvenir,
no os imorten los tímidos -no os importen las lágrimas ni los ruegos,
no os importe el anciano que implora al joven,
que no se oigan la voz del niño ni las súplicas de la madre,
haced que las andas sacudan a los muertos allí, donde esperan a los ataúdes,
pues con tanta fuerza redobláis, terribles tambores -con tanta fuerza sonáis clarines.
Walt Whitman
("Redobles de Tambor" en "Hojas de Hierba")