A Gioconda en Valparaíso
Todo un mundo destinado a desaparecer,
pienso, mirando tus agrietados muros grises.
Qué será de mi amor,
en qué callejón atisbará,
qué viento aspiraré jadeante,
qué escalera subiré,
cuando borren tus cerros, Valparaíso...?
La inmensidad del espacio, del mar, del tiempo
Tú y nuestra futura muerte, Valparaíso...
Y todo volverá a la placidez
para el renacer de estos cerros
de estos sueños, de estas ansias,
del penúltimo vaso de vino,
mirando estas centelleantes, sombrías colinas
confundiendo vida y muerte.
Mira esas casas desteñidas, herrumbrosas
y en medio, casi colgando, ese caserón celeste.
Mira esos corredores, esos ventanales
oxidados, blanquecinos de tiempo.
Mira todo ese mundo detenido y palpitante, Gioconda.
Sin embargo, en este instante mismo,
cuando sobre la mesa
contemplo un pan a medio comer
con el recuerdo vivo de tus pequeños dientes,
con el recuerdo vivo de tus últimos pasos,
de tus últimos besos,
cierro los ojos y miro
esa foto donde se detuvo
un instante de nuestras vidas:
olas, rocas, espumas, a nuestras espaldas, y
respirando, recuperando brisas, alturas, escaleras,
esta niebla temblorosa entre arreboles,
viajar en un destartalado tranvía de otros tiempos,
tu mano entre mis manos,
hasta llegar al mar, Gioconda.
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