Cuando, entre comentarios literarios, el autor de este pequeño artículo elojíaba la poesía de Magallanes Moure, alguien se permitió objetarle la excesiva sencillez, la infantilidad casi, que delataban los versos del poeta aludido.
Ciertamente que, después de haber atormentado el espíritu con las extrañas visiones que sugiere un Baudelaire, por ejemplo, resulta algo simple, algo desprovista de orijinalidad la sencilla poesía del autor de "La casa junto al mar".
Bien está que la inquietud o el afan de innovación artística que persigue la lírica moderna nos haga aplaudir con entusiasmo las audacias de la forma y las finas concepciones metafísicas del actual movimiento; pero no por aventurarnos en la nueva estética, vayamos a olvidar la belleza sólida y serena que descansa en la poesía sentimental.
Magallanes es, para mí, el maestro genuino de esta poesía, en Chile.
Sus versos, con ser personalísimos, tienen a veces la fina delicadeza de los poemas verlainianos, y otras nos hacen recordar esa ductilidad sabrosa de las pastorales de Jimenez, llenas de luna, de lejanía y vahos campestres. Sin embargo, Magallanes es menos femenino, más observador que el autor de Laberinto. Su visión es aún más vasta, y gusta, a la manera de Pedro Prado, de buscar inspiración en los pequeños motivos de la naturaleza. Las primeras composiciones de su libro: Los cimientos, Los muros, La canción de los martillos, Las ventanas etc. nos lo presentan como un enamorado de los pequeños temas objetivos y tales títulos nos ahorran mayores comentarios. En esos versos Magallanes sabe sacar un admirable partido de aquellas bellezas que no nos emocionan a primera vista, y que luego, resultan amables, finas, casi parabólicas.
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Los bueyes (p. 25), Los peñones (p. 29), El camino solitario (p. 37) y otros, son verdaderos paisajes, en donde cada expresión resulta una pincelada maestra; diríase que allí hasta el color se ha hecho verbo. Se vé que en el complejo temperamento de Magallanes hay cepa de pintor, de un pintor sentimental enamorado del alma del paisage, que la retiene en su pupila, con toda su emoción de artista, para trasmitirla al papel hecha música y ritmo.
El capítulo final de la obra está compuesto por una serie homogénea de pequeños poemas de amor. Es aquí donde su delicado temperamento aparece más emocionado, más sutil, más sencillo (más infantil, como alguien dijo). Es verdad que los motivos no son nuevos; podrán ser ingenuos, si se quiere; pero dígaseme: ¿quién, del más añejo y manoseado de nuestros sentimientos -amor- ha acertado a encontrar nuevas bellezas; quién ha logrado con ellos despertarnos una emoción más íntima? Solo un verdadero poeta como Magallanes ha podido imprimirle un valor único e inimitable: la pureza de un ritmo desconocido, el rumor cristalino de una cadencia desigual y armoniosa, con la cual revestidos pueden, hasta los más añejos sentimientos, sabernos a exquisiteces es insospechadas.
Y perdóneseme, por fin el haber contravenido mis propios terminantes propósitos, de abstenerme del elogio desmedido; debe creérseme que desconozco en absoluto la crítica que del último libro de Magallanes se haya hecho; pero me bastó el epiteto de infantil, para querer manifestar que nuestra noble sed de innovación no debe hacernos desconocer el mérito de uno de nuestros poetas que mejor ganado se tiene el buen renombre de que goza.
CAMILO SANGIL
Revista Numen Nº 8, Valparaíso 03 de marzo de 1919, pág. 07.
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