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Documento de Historia Nº 112. 20 de febrero de 2024


Por Marco Antonio Moreno.
Revista Pluma y Pincel N° 14 de abril-mayo de 1984. Pág. 10 y 11

LA BALSA DE LA MEDUSA


Autor: Egon Wolff, 1983.
Dirección: Héctor Noguera;
Escenografía e iluminación: Ramón López;
Vestuario: Sergio Zapata;
Ayud. Dirección: Loreto Valenzuela;
Intérpretes: Rodrigo Álvarez, Arnaldo Berríos, Silvia Piñeiro, Luis Alarcón, Eduardo Baldani, Juan Carlos Bistotto, Alberto Vega, Tennyson Ferrada, Gloría Munchmeyer, Carmen Barros y Soledad Alonso.
Estreno: 24 de abril de 1984, sala Universidad Católica.

Fotografías de Pluma y Pincel N° 14, pág. 10 y 11.

Teatro

(Crítica al montaje de "La Danza de las medusas" de Egon Wolff. TEUC, 1984)

Horror sin rigor

Una obra que signifique el encierro y la amenaza, como siento que se desenvuelve la vida hoy. Acosamiento... y cómo un conglomerado de seres reaccionarían a él... Una obra de cómo la "seguridad" entra en erosión, cuando faltan las "certezas"... ¿Verdades?"


Así describe Egon Wolff algunas de las ideas básicas de su obra La Balsa de la Medusa, estrenada por el Teatro de la U.C. a fines de abril, y añade:


"Probar una estructura enteramente nueva. Teatralmente nueva, en que cada personaje porte en su unidad la clave de la totalidad, en que las actitudes que se suman, den la totalidad. Escenas que se enhebran en ritmos distintos, como cuadros superpuestos uno tras otro, y den en la suma la totalidad que pretendo dar. Nada épico ni consecuencial, como en los dramas de causa y efecto. Cada escena una unidad aparentemente desconectada, pero incidente en el final".


Desde que a fines del año pasado se anunció el estreno de esta obra de Wolff comenzaron a crearse grandes expectativas dentro del público y la crítica. Más aún cuando se conoció el reparto, compuesto por destacadas figuras de nuestra escena. La noche del estreno, sin embargo, todo aquel optimismo se vino estrepitosamente al suelo: actuaciones escuálidas a las cuales la dirección de Noguera no consigue imprimir un énfasis de convincente dramatismo; parlamentos monocordes y aletargados, saturados de "cultismo" y existencialismo inocuo que no consiguen crear la totalidad de que habla el autor.


La obra se inspira en una pintura de Theodore Géricault realizada en 1817. En la tela, un grupo de seres desesperados naufraga inexorablemente en medio de una tormenta, sumido en su propia impotencia y miedo interior.


Géricault se inspiró en un hecho real de mediados del siglo XVIII para la confección de su pieza: la pérdida del bergantín Medusa, llamado así en memoria a una de las Gorgonas, monstruos infernales según la mitología griega. La Medusa, con garras y alas de bronce y la cabeza cubierta de serpientes, es uno de estos monstruos, y petrificaba a los humanos con solo mirarlos. La pintura de Géricault, uno de los fundadores de la Escuela Romántica, se muestra en un diaporama al inicio de la obra y en los dos entreactos. Es un referente preciso y bastaba con mostrarlo una sola vez.


Un grupo de personajes que "naufraga" entre fiesta y fiesta llega a la misteriosa y recóndita mansión de Leonardo. Han sido invitados por el anfitrión y ahí esperan tomarse el último trago antes de retornar a sus hogares, pero la mansión de Leonardo se encuentra en un lugar de difícil acceso y para llegar a ella hay que traspasar quebradas, espesas selvas y sitios inhóspitos, habitados por seres famélicos. El largo viaje ha sido en la noche y no obstante, el grupo llega compacto e íntegro en su vitalidad y espíritu festivo. Aquí hay representantes de un determinado "jet set" tercermundista: un comerciante, un industrial, una modista, un médico, un decorador homosexual, una muchacha inhibida por un trauma familiar, una mujer neurótica y otra con presunciones de aristócrata, etc. En determinado momento este grupo humano se ve introducido en un mundo extraño, desconocido y rodeado por la amenaza de la muerte. Porque a poco de iniciada la acción se desata la violenta agresividad del mundo externo, la balacera arbitraria en la noche y el grupo queda aislado del resto del mundo.


En un principio los personajes se mantienen ocupados en la exploración de la gran mansión. Incluso idean un juego de disfraces cuando encuentran un baúl lleno de vestimentas que se prestan para un juego de niños; chapotean en la piscina y se divierten hasta que la situación comienza a hacerse demasiado monótona, cuando el tiempo se dilata y todo se convierte en angustia inconmensurable. La ¡dea del encierro, manejada en un comienzo con apremio, no oculta las huellas del "Huis Clos" de Sartre, presentado, este año en el Chileno-Francés con cierta dignidad, pero en este encierro no hay una constante dramatización, un crescendo. Este puede esquematizarse cuando empieza la escasez de agua y alimento, pero sólo queda en boceto. La idea de la locura no fue considerada en una obra en que constituía un meollo vital. Así, los personajes se mantienen en un nivel próximo a la indiferencia lo que induce el efecto de que el cambio realizado no resulta verosímil al interior de la lógica de la trama. Así, las unidades se desconectan, como espera el autor, pero no se consigue la totalidad por más que, como es común en Wolff, se busque una estructura circular que siembre la duda de si lo sucedido fue sueño o realidad. En este aspecto la obra recuerda en parte a Los Invasores, pero mientras ahí la invasión constituía el eje central, aquí, en La Balsa, es sólo un elemento más, que está presente de modo soterrado.


La dirección de Noguera carece de la fuerza necesaria para plasmar en imágenes la acción y entregar una atmósfera de encierro insostenible. Casi al final los personajes buscan abrirse paso en la adversidad contingente, cosa que debieron hacer desde un principio, por último, el absurdo empeño de entregar un tiempo discontinuo para forzar una "alucinación colectiva", de la cual no hay referente anterior, transforma en comedia a una tragedia que pudo estar mejor inspirada.


Incluso la salvación de los personajes (que, como se sabe, ocurrió en el hecho real) resulta aquí demasiado postiza, añadida como un capricho personal. Al respecto Wolff señala: "¿Para qué escribir una obra sobre la condenación, si uno no viera luces de remediarla?".


Estas luces en todo caso no debieran aparecer de improviso y, si asi lo hicieren, debiera haber toda una atmósfera que las hiciera indispensables una gran urgencia de ellas. Aquí en un momento dramático los personajes comienzan a implorar a Dios les reserve un destino mejor, pero con más mecánica que convencimiento. Ahí el escenario se transforma en la balsa de la Medusa, naufragando en medio de la tempestad. Y entonces la mágica aparición de Leonardo, el anfitrión, que ha estado oculto todo el tiempo (horas, días, semanas) dentro de la mansión y se regresa entonces a la normalidad de la vida cotidiana. Todo fue un juego. Todo está en orden y todo puede volver a repetirse.


Interesante la propuesta dramática de Wolff, pero muy poco precisa y contundente. Frente a eso hacía falta una dirección sólida y lúcida que rebajara lo discursivo y enfatizara lo dramático. Tal vez así el Teatro de la U.C. se habría evitado el bochorno de la expectativa no cumplida. Últimamente los teatros universitarios se han quedado en lo meramente funcional errando flagrantemente en el rigor creativo. Habrá que ver qué hace Juan Pablo Donoso en. la U. de Chile con "La Señorita de Tacna" del laureado escritor peruano Mario Vargas Llosa. Sólo así sabremos si se trata de un mal pasajero o de un síndrome sin remedio.




FUENTES

Revista Pluma y Pincel N° 14 de abril-mayo de 1984. Pág. 10 y 11

Historia de Chile




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