Para después
¿Qué tiempo es éste?
¿Qué tiempo desolado?
¿Por qué el mar se aproxima hasta los pies,
con su triste sonrisa, como queriendo acaso
que al fin le perdonemos su demora?
No hay en todo este mundo
-digo, hasta donde alcanza la mirada-
un árbol, ni una rosa, ni siquiera una nube,
en que poder asir
esta pesada mano de los sueños.
Todo, todo presenta
un blanco espejo sin ninguna imagen,
una planicie yerta, sin trineos,
sin lobos,
sin un cerro allá al fondo,
sin una casa acá, sin una puerta,
salvo esta certidumbre de saber que llegamos,
salvo, cierto, esta lágrima,
salvo este corazón en que comienza
a escarcharse la aurora,
porque los sueños del hombre son así.
("Memorandum Mandrágora", 1985)
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