El mundo y su doble
Manos tan ardientes,
ojos interiores
que a todo ademán se duermen.
Tú partes del cuerpo,
tú partes de las manos,
partes de las pupilas,
muestras con un ademán
las gemas del encanto:
tú duermes, reflexionas.
Sales al encuentro
de un monstruo
al bello día donde la piedad
se hechiza.
Bellas mujeres
sobresalen del placer,
todavía estupefactas
por la realidad,
aún dormidas por el sueño,
encantadas por amor,
ausentes por piedad.
Un cielo te acaricia,
y estás muda,
muda entre la sangre
y la piedad.
("El Mundo y su doble", 1940)
|