La frontera
Hay en la vida humana una oculta frontera,
en donde abre los ojos nuestra propia verdad;
allí no languidece nunca la primavera
y nuestras manos palpan aguas de eternidad.
La vida arde con fuegos de lámpara votiva
que no habrá viento adverso que la pueda apagar,
y nuestra alma sedienta de las cosas de arriba
duerme en una dulcísima actitud de volar...
Cuando el hombre atraviesa la frontera ignorada,
nuevas estrellas surgen en sus noches desiertas;
y el cosmos y el espíritu y el átomo y la nada,
se le entregan leales como manos abiertas...
Yo voy trepando aquellas solitarias pendientes;
buenas almas empujan mi barca sobre el mar...
En el viento presiento rastros de alas ardientes,
huellas de pensamientos tan altos y esplendentes
que mi espíritu pobre no los puede abarcar...
Ilusiones pequeñas, vanidades humanas,
mentiras y rencores: todo se quedó atrás.
Están clareando apenas las primeras mañanas
de unos días enormes: ¡Yo quiero subir más!
Tristezas de la tierra que yo he querido tanto
y que no he de volver a sentirlas jamás...
No importa. Unas sirenas me atraen en un canto
que viene de la altura: ¡Yo quiero subir más!
Y a los hombres que quedan solos con sus pasiones,
les dejaré al partir de este ensueño sombrío,
unos versos sencillos y unas buenas acciones...
Lo único que fue enteramente mío...
Mis manos se despiden temblando de ternura.
Los hombres, los amores, todo se queda atrás...
Contemplo por vez última la angosta senda obscura
y despliego las alas cara a cara a la altura.
¡Yo quiero subir más! ¡Yo quiero subir más!
(De "Los Barrios Bajos")
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